Helenio Herrera, alter ego de Gonzalo Suárez
Por Álvaro de Campos
Los años 50. España. Un tipo raro vestido de gabardina: Gonzalo Suárez. No diría exactamente que este hombre sea producto de su tiempo. No. No es eso. Lo que quiero decir no sé muy bien cómo hacerlo. Más o menos responde a algo así: si este país hubiese sido una ficción de Gonzalo Suárez en los años 50 mejor nos habría ido. Estoy casi seguro. Yo, de haber estado allí, lo hubiera firmado. Por muchas cosas. Incluso porque el fútbol era mejor, más honesto, más humano. Más cierto.
El azar, ese vaivén bestial de algunas existencias, llevó a Gonzalo Suárez hasta la jurisdicción familiar de Helenio Herrera, marido de su madre en 'segunda vuelta'. Helenio Herrera fue un entrenador genial nacido en el Barrio de Palermo perfeccionado como pelotero en Marruecos. Gonzalo Suárez, algo antes, había querido ser boxeador. Y después se reveló como un periodista fibroso de ideas, un escritor insólito de mundos y un director de cine al margen de modas.
Pero si hoy traemos hasta este descuidado césped de los Apuntes de un desplazado a Gonzalo es por lo que tiene de ser inexplicable. Quiero decir, por lo que aportó a la concepción moderna del fútbol desde la bancada del Inter de Milan y desde las crónicas que firmaba en los últimos compases de los años 50 bajo el seudónimo de Martín Girard. Todo un espectáculo. Síganme.
Hace unas semanas estuve en su estudio de Madrid, allá por las calles de los Austrias. En una de las paredes del luminoso apartamento, blanco, impecable, ordenado, colgaba un par de guantes de boxeo. Los viejos guantes del autor de La suela de mis zapatos (lean este libro, léanlo, por favor, en él se concreta un fardo de entrevistas memorables, el talento periodístico de Suárez en conversación con Pelé o con Buñuel, da lo mismo). Decía que de las paredes del taller colgaban aún los guantes primeros de cuando quiso ser boxeador, empeño que mantuvo lo que tardó un compañero de gimnasio en hundirle hacia dentro una costilla boba. Entonces asumió que debía dejar el ring y se fue acercando al fútbol. Tanto, tanto, que en la pared de enfrente de la de los guantes queda el hueco que dejó la alcayata que soportaba hasta hace poco el par de botas que usó Pelé en San Siro en 1963. Se las regaló el mismo 'Rey' al acabar el partido.
Gonzalo Suárez habla de fútbol con una pasión desgastada. Ese entusiasmo que tienen los sabios a los que la emoción le brota casi siempre al contemplar aquello que la mayoría no ve. Es decir: una sutileza, un algo inexplicable, un movimiento que no determina nada pero de un jugador lo revela todo. Es lo que tiene haber pasado demasiados años con el excepcional Helenio Herrera de padrastro. Junto a él, cuando éste entrenaba al Inter de Milan, comenzó a redactar informes técnicos de los jugadores de los clubes a los que se iban a enfrentar: consignaba esquemas para encontrar el punto débil del contrario. Era el mejor espía posible para el mejor míster posible. De aquella relación salió un libro memorable: Lo once y lo uno. Encárguenlo.
Los años 50. España. Un tipo raro vestido de gabardina: Gonzalo Suárez. No diría exactamente que este hombre sea producto de su tiempo. No. No es eso. Lo que quiero decir no sé muy bien cómo hacerlo. Más o menos responde a algo así: si este país hubiese sido una ficción de Gonzalo Suárez en los años 50 mejor nos habría ido. Estoy casi seguro. Yo, de haber estado allí, lo hubiera firmado. Por muchas cosas. Incluso porque el fútbol era mejor, más honesto, más humano. Más cierto.
El azar, ese vaivén bestial de algunas existencias, llevó a Gonzalo Suárez hasta la jurisdicción familiar de Helenio Herrera, marido de su madre en 'segunda vuelta'. Helenio Herrera fue un entrenador genial nacido en el Barrio de Palermo perfeccionado como pelotero en Marruecos. Gonzalo Suárez, algo antes, había querido ser boxeador. Y después se reveló como un periodista fibroso de ideas, un escritor insólito de mundos y un director de cine al margen de modas.
Pero si hoy traemos hasta este descuidado césped de los Apuntes de un desplazado a Gonzalo es por lo que tiene de ser inexplicable. Quiero decir, por lo que aportó a la concepción moderna del fútbol desde la bancada del Inter de Milan y desde las crónicas que firmaba en los últimos compases de los años 50 bajo el seudónimo de Martín Girard. Todo un espectáculo. Síganme.
Hace unas semanas estuve en su estudio de Madrid, allá por las calles de los Austrias. En una de las paredes del luminoso apartamento, blanco, impecable, ordenado, colgaba un par de guantes de boxeo. Los viejos guantes del autor de La suela de mis zapatos (lean este libro, léanlo, por favor, en él se concreta un fardo de entrevistas memorables, el talento periodístico de Suárez en conversación con Pelé o con Buñuel, da lo mismo). Decía que de las paredes del taller colgaban aún los guantes primeros de cuando quiso ser boxeador, empeño que mantuvo lo que tardó un compañero de gimnasio en hundirle hacia dentro una costilla boba. Entonces asumió que debía dejar el ring y se fue acercando al fútbol. Tanto, tanto, que en la pared de enfrente de la de los guantes queda el hueco que dejó la alcayata que soportaba hasta hace poco el par de botas que usó Pelé en San Siro en 1963. Se las regaló el mismo 'Rey' al acabar el partido.
Gonzalo Suárez habla de fútbol con una pasión desgastada. Ese entusiasmo que tienen los sabios a los que la emoción le brota casi siempre al contemplar aquello que la mayoría no ve. Es decir: una sutileza, un algo inexplicable, un movimiento que no determina nada pero de un jugador lo revela todo. Es lo que tiene haber pasado demasiados años con el excepcional Helenio Herrera de padrastro. Junto a él, cuando éste entrenaba al Inter de Milan, comenzó a redactar informes técnicos de los jugadores de los clubes a los que se iban a enfrentar: consignaba esquemas para encontrar el punto débil del contrario. Era el mejor espía posible para el mejor míster posible. De aquella relación salió un libro memorable: Lo once y lo uno. Encárguenlo.
El catenaccio
Entre los dos se inventaron la modernidad en el fútbol, que se puede resumir en tener una estrategia, en crear espacios en el campo, en abrir vacíos. No sé cómo cojones se argumenta esto. Es más: no sé lo que significa. A mí no me gusta el fútbol. Pero flipé escuchando las teorías sobre el 'catenaccio' [candado] de Gonzalo Suárez. Y cómo recuerda la épica que había en los vestuarios, cuando éstos no andaban poblados de ultrahorteras que no justifican (es imposible) aquello que algunos invierten en ellos. Qué asco.
Entre los dos se inventaron la modernidad en el fútbol, que se puede resumir en tener una estrategia, en crear espacios en el campo, en abrir vacíos. No sé cómo cojones se argumenta esto. Es más: no sé lo que significa. A mí no me gusta el fútbol. Pero flipé escuchando las teorías sobre el 'catenaccio' [candado] de Gonzalo Suárez. Y cómo recuerda la épica que había en los vestuarios, cuando éstos no andaban poblados de ultrahorteras que no justifican (es imposible) aquello que algunos invierten en ellos. Qué asco.
De eso también sabe Gonzalo: "Un escándalo. Siento vergüenza ajena por lo que sucede hoy en el Real Madrid. Que los bancos y las cajas presten más de 100 millones de euros a un club mientras piden dinero público... Es una de las muchas causas que reflejan bien lo que nos ha traído hasta esta crisis. Es una anécdota ejemplar para reconocer en qué mundo vivimos. Sospecho que esto no tiene arreglo. Además, es muy obtuso pensar que un equipo se solucina con dos o tres nombres rimbombantes. No le auguro al Madrid ningún éxito especial en la próxima temporada, con lo cual esa inversión (que de algún modo hemos hecho todos) dudo que vaya a ser rentable".
Él disfrutó de otro fútbol, cuando en los entrenamientos del Inter jugaba con Faccheti, Corso, Milani, Suárez... A mediados de los años 60 dejó la 'profesión' de ojeador/espía. Pero aún sabe como pocos. Él no habla, sino que reflexiona. No es una urraca de la cháchara, tan habitual en la hinchada. Él apunta lo justo, porque si dice algo es para acertar. O porque sabe lo que dice y no hace falta más. Lo que llegó después de su aventura italiana resulta realmente insólito: literatura y cine. Altísima literatura. Gran cine. Se convirtió (¿inesperadamente?) en un autor de culto. Y ahí sigue.
Ya lo he dicho, no dejen de leer sus entrevistas de Las suelas de mis zapatos (el mejor preguntador de futbolistas que he leído nunca) o aquel memorable conjunto de páginas futboleras que tituló 'Lo once y lo uno'.
Que no se me olvide: las botas que calzó Pelé en 1963 durante un partido de Brasil en San Siro las tiene su nieto. Gonzalo Suárez conserva tan sólo el recuerdo del abrazo del 'Rey' en el vestuario y el agujero que dejó la alcayata que las soportó tantos años.
Él disfrutó de otro fútbol, cuando en los entrenamientos del Inter jugaba con Faccheti, Corso, Milani, Suárez... A mediados de los años 60 dejó la 'profesión' de ojeador/espía. Pero aún sabe como pocos. Él no habla, sino que reflexiona. No es una urraca de la cháchara, tan habitual en la hinchada. Él apunta lo justo, porque si dice algo es para acertar. O porque sabe lo que dice y no hace falta más. Lo que llegó después de su aventura italiana resulta realmente insólito: literatura y cine. Altísima literatura. Gran cine. Se convirtió (¿inesperadamente?) en un autor de culto. Y ahí sigue.
Ya lo he dicho, no dejen de leer sus entrevistas de Las suelas de mis zapatos (el mejor preguntador de futbolistas que he leído nunca) o aquel memorable conjunto de páginas futboleras que tituló 'Lo once y lo uno'.
Que no se me olvide: las botas que calzó Pelé en 1963 durante un partido de Brasil en San Siro las tiene su nieto. Gonzalo Suárez conserva tan sólo el recuerdo del abrazo del 'Rey' en el vestuario y el agujero que dejó la alcayata que las soportó tantos años.