martes, 19 de mayo de 2009

Benedetti, el golero asmático

Por Álvaro de Campos
La del viejo Benedetti fue una de esas vidas que aportan, sobre todo, a la vida. No se puede decir esto de muchos otros creadores. La lista de indeseables es larga. Dentro y fuera de la literatura. Y no vamos aquí a reproducirla. Uno no ha sido un fervoroso lector de Benedetti, pero sí un atento 'escuchador' de sus ideas, de sus cosas. Sabía decir algo nuevo sin levantar la voz: de la política al fútbol. No sé si eso manifiesta un saber hondo de algo, pero sí deja ver una inmensa curiosidad por lo que pasa fuera. Así se confeccionan los mejores periodistas. Los hombres. Los poetas. Con la oreja pegada al suelo por percibir mejor el ruido de la calle. Entre algunas de las cosas que le debo fue este mantra que relampaguea como un faro cuando las cosas se me ponen chungas: "La perfección es una pulida colección de errores". Qué acierto.

No sé si Benedetti estuvo aquel 16 de julio de 1950 en el estadio de Maracaná, cuando la lógica volteó la charca de las estadísticas y el Mundial pegó un volantazo en favor de Uruguay. Quiero decir que Brasil perdió el partido, el Mundial, los nervios, el orgullo. Hubo 200.000 testigos. Fue el Maracanazo. Buena parte de aquella jornada de gloria se debe al muro de hormigón que creó con su cuerpo un arquero charrúa: Roque Gastón Máspoli, un tipo que pasó 64 años ininterrumpidos ligado al fútbol. Desconozco si Benedetti y Gastón se conocieron. Si compartieron tardes de complicidad austral en Montevideo. Porqué no. El caso es que uno y otro lograron cruzar el río de la memoria de varias generaciones.

Benedetti comenzó escribiendo crónicas de los partidos del Nacional y el Peñarol, su equipo. Era 1940. De lo que sucedía en la cancha contaba poco, el talento se le derramaba en unos textos de nitroglicerina hilarante que daban mejor resultado. Era la pasión hedónica por el deporte. Había tardes en que iba al campo de la competencia sólo para deleitarse con un jugador, Pepe Schiaffino. No por verle jugar, sino por observarlo cuando estaba parado en el césped, sencillamente mirando a los suyos, dando alguna orden de líder certero. La elegancia de un jugador, como la de un torero, se manifiesta también cuando está quieto. Cosas de poeta.
En Benedetti chocaron la pelota y la escritura. Y de esa colisión salieron cuentos (Césped, Cambalache y Puntero Izquierdo, entre otros), crónicas de cuando entonces, poemas de ahora mismo como 'Hoy tu tiempo es real', dedicado a Maradonna:
Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta
Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.
Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.



El viejo Benedetti pateó mejor en ese otro césped de las letras. Era un golero asmático que jugaba sentado casi siempre, con un libro en la mano. Y se enchufaba una ráfaga de Ventolín cuando el Peñarol perdía. Aunque en el fondo nunca sucumbió a la grosera tentación de ganar. La magia estaba en el juego. Ese era Mario Orlando Brenno Hamlet Hardy Benedetti Farrugia. Un hincha en el mejor sentido. Un pensador de las cosas del campo. Buen viaje, pibe. Salúdenos a Máspoli si es que andan por la misma esfera, por un limbo vecino.