lunes, 20 de abril de 2009

"Ahora me apetece pescar"

Por Álvaro de Campos

La indolencia es, como el amor, una confusa protesta contra el orden natural de las cosas. Lo normal es que nos enamoremos, pero lo lógico es no estar enamorado. Igual que lo lógico es estar en movimiento, aunque el deseo sea más propenso a la honda emoción de no hacer nada. Traigo esto de la indolencia hasta los Apuntes de un desplazado porque es la sensación que nos embarga a quienes no nos interesa el fútbol y a la vez observamos cómo nuestro entorno inmediato adquiere perfil de esfera.

En las dos semanas de gloria que lleva ya este blog soporto estoicamente la bulla indomable de mi once titular hablando hasta el delirio de futboleros, entrenadores, coreanos muy diestros con la zurda, tipos que le dan 220 golpes con el empeine a un paquete de Marlboro o de cómo la Historia -ese colapso de datos- se ha confeccionado también con un balón entre las patas de algunos virtuosos... Qué quieren que les diga... Esta aventura se me hace un rato larguísimo. Mi tribu de aquí dentro me parece gente que sabe mucho de cosas que no le importan a casi nadie. Si sigo con estos pelotudos es por un alto sentido de la amistad, del compromiso... Y de la indolencia, que también me dicta confusos mensajes masoquistas. Ahora no me apetece decir no.

Hablaba esta mañana en el mediocampo de nuestra oficina con Rocheteau y Nick Panzeri (dos intrigantes a los que ya se irán acostumbrando). Les ahorro el resumen de la conversación porque: a) no presté atención; b) tampoco me la prestaron ellos a mí; c) fue más de lo mismo -tecnicas de fútbol, astros ascendentes, estrellas desfogadas-; y d) estoy, como ya digo, en el cultivo zen de una galbana muy bien trabada. Por eso asumo con fervor lo que Bobby Knight, el mítico técnico de baloncesto estadounidense, dijo la otra mañana en Bilbao, según El País: "Ahora me apetece pescar". Eso es todo. Hacen falta muchos años de tomarse la vida como una descarga con picanas para alcanzar la desnudez de este mantra, y cumplirlo. Es la culminación de una filosofía en la que estoy seguro que Knight ha empeñado la vida, las arterias, los nervios, parte del miocardio y muy probablemente la paciencia de su primera mujer.

Es la sentencia más interesante de cuantas he leído hoy en las páginas de Deportes de los diarios nacionales. Lo mismo pensé cuando me contaron la historia del argentino Bernardo Houssay, el primer Premio Nobel de Medicina de Latinoamérica. Un pibe que desde las filas del modesto equipo de la Facultad de Medicina de Buenos Aires le calzó dos goles al todopoderoso (y entonces recién creado) River Plate, en un partido celebrado en junio de 1904. Houssay vivió años de subidón y estudio. Le dio duro también al remo y al rugby. Terminó la Universidad, desapareció sin dejar rastro para el deporte, se encerró en el laboratorio y todo lo demás fue silencio y probetas. Le concedieron el Nobel en 1947. Dicen que no volvió a jugar al fútbol. Nunca. En su vida apenas concedió entrevistas. Más bien fueron los otros los que no se las pidieron. Casi nadie se acuerda ya de aquel cholo, Houssay, que le metió un doblete al River cuando el siglo estrenaba botas nuevas. El olvido es la conquista más alta. "Si pierdo la memoria, qué pureza", escribió Pere Gimferrer. A veces, cuando me abruma el insaciable
banquillo de FNF, también lo creo.

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